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Claudio Sánchez Albornoz y Menduiña

Claudio Sánchez Albornoz y Menduiña Ávila Turismo

Aunque madrileño de nacimiento, este gran humanista pasó la mitad de su vida en la ciudad. La residencia familiar se situaba en la Plaza de Santa Teresa (El Grande) y también su mujer tenía orígenes abulenses.

Desde que era un niño, recibió una formación eminentemente humanista, lo cual hizo que se orientara hacia los estudios de Filosofía y Letras logrando, con tan sólo 23 años, ganar la cátedra de las universidades de Barcelona, Valencia y Madrid. Su actividad política, ligada al ámbito republicano, le llevó a ser elegido diputado por Ávila entre 1931 y 1936 durante tres legislaturas, siendo Ministro de Estado en 1933 y vicepresidente de las Cortes en 1936. Pero esta militancia hizo que tuviera que abandonar la universidad española durante la Guerra Civil y trasladarse, en 1937, primero a Francia (Universidad de Burdeos) y, posteriormente, en 1940, a Argentina (Universidad de Mendoza).

Aún así no abandonó su carrera política ya que fue presidente del gobierno republicano en el exilio.

Será en la que consideró su segunda patria, en la Argentina, donde desarrolle con mayor plenitud su faceta docente e investigadora. Sus estudios acerca de la Historia Medieval Española tienen aún vigencia y gozó de gran prestigio, recibiendo numerosos premios a su trayectoria (como el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 1984 por “ser la suya una vida ejemplar dedicada por entero al servicio de España y de los españoles, desde el compromiso intelectual con la política”). Para algunos fue el medievalista español por excelencia y siempre mantuvo que, su gusto por este período de la historia, tuvo mucho que ver por los años felices en los que jugó, paseó y se enamoró en las calles empedradas de su ciudad.

En todo este periplo no le acompañará su familia ya que, la temprana muerte de su esposa, hará que sus tres hijos se críen con sus abuelos en la residencia de Ávila.

El reconocimiento de su patria chica vino con la concesión de la medalla de oro de la provincia en 1980 que le fue entregada por una comisión de autoridades abulenses que se desplazó a Buenos Aires.

Finalmente, regresó de América en 1983, fijando definitivamente su residencia en nuestra ciudad donde había transcurrido su infancia y juventud y en la que falleció un año después.

Su epitafio resume dos de las claves de su existencia: profundamente religioso, consideraba la libertad, la individual y la social, como la base de la convivencia. Y murió sabiendo que se había recobrado esta convivencia entre todos los españoles, por la que tanto había mediado en vida. Como medievalista, como creyente y como abulense, no tuvo ninguna duda que la Catedral de Ávila era el lugar en el que debían enterrarle.

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